DÍA DEL TRABAJO: CUANDO LA REALIDAD SUPERA AL CUENTO
Don José, un hombre de 49 años, pudo estudiar solo hasta 6to de primaria. Tuvo que abandonar la escuela debido a una enfermedad de su padre, como hijo mayor tendría que ayudar a mantener a sus siete hermanos. Con Luisa su esposa, tiene cuatro hijos, entre los 7 y 18 años de edad. Ellos viven en una vivienda de emergencia en un asentamiento humano en la periferia de la ciudad.
Hace cuatro meses que junto a otros 200 obreros como él, trabaja levantando un edificio de departamentos. Desde los 15 años que trabaja ligado a la construcción. Allí aprendió el oficio de enfierrador pero tuvo que contratarse como jornalero, pues no había otras vacantes.
Se levanta todos los días a las cinco de la mañana, se lava a la intemperie con una manguera ubicada detrás de la letrina que comparte con tres familias vecinas. A las cinco y media con su bolso al hombro donde lleva la ollita con el almuerzo que le ha preparado Luisa, ya esta en el paradero esperando uno de los dos buses que lo dejaran a diez cuadras del edificio que construye. Trabaja desde las ocho de la mañana hasta las seis y media de la tarde. Tiene una hora para almorzar y relajarse un poco con sus amigos, al finalizar su jornada guarda sus herramientas, se ducha y se cambia de ropa para regresar a su casa. A las siete y media ya esta en el paradero esperando el bus de regreso.
La vuelta siempre le resulta más complicada: los buses van llenos y si logra subirse, le tocara de pie. Si a la ida se demora dos horas en llegar al trabajo, la vuelta a casa le toma tres. Llega a las diez y media de la noche, cuando sus hijos menores ya están durmiendo. Luisa le sirve la comida mientras le cuenta cosas que esta organizando la directiva del asentamiento para aumentar el ahorro previo, el de la soñada casa propia, de él y de los vecinos.
José tendrá que irse a acostar luego, esta cansado: lleva tres días acarreando ripio en carretilla y mañana a las cinco de la mañana tendrá que estar en pie nuevamente.
Todos los días, de lunes a viernes, es lo mismo. El sábado, si no le piden trabajo extra, llegará pasado el mediodía y podrá ver a sus hijos y vecinos. Me imagino a José contándole a su hijo menor el mismo cuento que alguna vez nos contaron cuando niños. Le tomara una mano y partiendo por el dedo chico, le ira diciendo: este dedito compro un huevito, este lo preparo, este lo cocino, este lo sirvió en la mesa y tomando el dedo gordo dirá: ¡Y este sinvergüenza se lo comió! Que iba a saber José que ese cuento, de cierta manera, se haría realidad.
Que ha habido muchos deditos gordos que se han comido el dinero de todos, que cien obreros como José tendrían que trabajar toda una vida para lograr comprar el edificio de departamentos en el que él y su compañeros trabajaron.
¿Quién les hará justicia a José y su familia?
Felipe Berríos S.J fundador de Un Techo para mi País